martes, 21 de mayo de 2013

El padre pródigo

Querido hijo:

Por fin me decido a escribirte. Llevo tiempo pensando en hacerlo porque tengo la necesidad de explicarte muchas cosas. Sin embargo, ahora que estoy delante del papel me cuesta trabajo ordenar las ideas, porque me doy cuenta de que cuando se trata de hablar de sentimientos las palabras se agolpan en un río de emociones.

Muchas veces me he preguntado si, a pesar de cómo se dieron las cosas, pude transmitiros lo importantes que siempre fuisteis para mí. Recuerdo aquel día en que la casa se llenó de vuestra ausencia, y sentí que los errores que había cometido me habían llevado a perder el único tesoro que he tenido nunca… vosotros. Recorrí cada habitación y sentí que el calor del hogar se había marchado por la puerta, y supe entonces que las lágrimas que recorrían mi rostro depuraban aquello que me había destruido por dentro. Me senté en el sillón y miré por la ventana y sentí la tranquilidad de saber que aquel proceso era necesario… Sabía que estaríais en buenas manos, sabía que unos ángeles en la Tierra os habían recogido en su regazo… sabía que estaríais bien. Y en ese mismo instante supe que tenía que cumplir una promesa, porque en mi fuero interno deseaba que pudierais estar orgullosos de mí, a pesar de todo… 

No recuerdo si te llegué a decir nunca lo mucho que te quiero… Hoy te miro desde esta posición privilegiada que me permite ver dentro de ti y sólo puedo decirte que no sólo siento orgullo del hijo que has sido, del padre en que te has convertido, sino que además siento la plenitud de saber que lo mejor de mi semilla ha quedado en ti, y que de alguna forma he sido ejemplo para ti, de lo que querías y de lo que no querías ser. Hoy sé que has pasado de ser cuidado por ángeles a ser guardián de pedazos del mismo cielo. Oigo sus risas desde aquí y se aviva en mi mente el recuerdo de tu imagen cuando eras niño. Recuerdo perfectamente aquella sensación tan indescriptible que fue tenerte por primera vez entre mis brazos… 

Me equivoqué muchas veces en el pasado… perdóname por ello. Pero no dudes jamás que siempre os adoré, y que aquel momento en que conseguí cumplir mi promesa y volver a vuestro lado fue la razón auténtica de mi existencia. Aquel día que volví a dormir bajo el mismo techo que vosotros no voy a olvidarlo nunca… Fue una sensación increíble, sentí el calor de vuestros cuerpos, sentí la vida fluyendo por la casa… sentí que era el hombre más feliz del mundo… 

Fue corto el tiempo que la vida me dejó disfrutaros, pero fue intenso y auténtico. Y en ese tiempo se cerraron las heridas de mi alma porque supe que a pesar de todo, había conseguido construir una familia; que a pesar de todo, me amabais como yo a vosotros; que a pesar de todo, me habíais sentido… 

Hijo mío, hoy puedo ver el alma, y sé que la tuya es transparente. No te atormentes. Ese amor que proyectas en los frutos de tu vida te será devuelto con creces un día… como me ocurrió a mí. 

Te quiero, hijo mío, y siempre te acompañaré en el camino… Simplemente, gracias…


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