sábado, 1 de junio de 2013

Tiempo de arena

Sostengo entre mis manos un viejo reloj de arena y me descubro desvelando, ocultas en él, una suerte de alegorías que me hacen pensar que su forma no es fruto de la casualidad.

El cristal, como símbolo de la fragilidad de la existencia, de la transparencia del alma, de la vulnerabilidad que todo ser presenta ante el paso del tiempo.

La arena, como expresión inequívoca de las múltiples posibilidades que nos ofrece la vida, desplegadas en un abanico infinito de piezas independientes, pero que necesitan unas de otras para sostenerse.

Los bulbos de vidrio, uno cargado de experiencias, otro de posibilidades, como expresión material del pasado y el futuro, en una relación eterna e indisoluble, en una herencia emblemática de vivencias, que son proyectadas hacia el mañana disfrazadas de aprendizaje.

El estrechamiento, como recordatorio innegable de la existencia de un tiempo para todo, pero como demostración absoluta de que cada cosa sucede en su momento… primero un grano, después otro… Hay orden, hay concierto; hay libertad, pero hay criterio…

El ocho, el infinito, la intemporalidad del tiempo…

Y es que, en definitiva… tiempo, todo es cuestión de tiempo…


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